Alberto López Morales
JUCHITÁN, Oax.- A don
Fulmencio González Mariche lo vi sentado junto a la puerta de su casa de adobe
cubierta de cal. Parecía que sus ojos de tonos verdes buscaban una respuesta al
olvido y el silencio en el serpenteante camino que se perdía en la llanura.
“Aquí no hay quien nos
mire”, repetía una y otra vez en medio de su desesperanza acumulada en cada
arruga de su rostro inexpresivo a pesar de que no muy lejos, los gritos de
algunos niños daban vida al pueblo de Llano Grande Tapextla.
Alrededor de la pequeña
casa de adobe de don Fulmencio, vi otras viviendas pero hechas de ladrillo,
casi nuevas, pequeñas igual, pero de ladrillo, construidas con el dinero
enviado por los jóvenes afromestizos que dejaron su tierra y fueron en busca de
trabajo a Carolina del Norte.
Llano Grande Tapextla
pertenece al municipio de Santiago Tapextla, de la costa chica de Oaxaca donde
está, diríamos, el corredor de poblaciones afromestizas descendientes de los esclavos
negros comprados de El Congo,
Mozambique y Angola (África), a mediados del siglo 16 (1535).
Recorrí parte de ese corredor de pueblos
afros a finales del mes de mayo de 2005. No hacía mucho se había efectuado en
Washington un encuentro internacional de expertos que concluía con preocupación
la invisibilidad de los pueblos afros de América Latina.
Collantes, Corralero y Ciruelo, agencias
de Santiago Pinotepa Nacional, así como Santo Domingo Armenta, Santiago
Tapextla y Llano Grande Tapextla, son pueblos afros que desconocían su raíz, ya
habían vivido la discriminación por el color negro de su piel y optaban por
negarse asimismo.
Meses antes, finales de septiembre de 2004,
había conocido el pueblo afro de San José Estancia Grande, que se localiza
pasando Pinotepa Nacional sobre la carretera costera, en la ruta hacia la
comunidad guerrerense de Cuajinicuilapa, conocida como La pequeña África de
México.
Estuve en San José Estancia Grande durante
el sepelio de Guadalupe Ávila Salinas, quien en su condición de candidata del
PRD a la presidencia municipal había sido asesinada a balazos por el alcalde
priísta en funciones, Cándido Palacios Loyola.
La población afro me sorprendió desde ese
entonces por el sentimiento anti mixteco que reflejaban. Durante años de los
siglos 19 y 20, los mixtecos de la costa también habían agraviado a los afros
al prohibir los matrimonios con hombres y mujeres con la piel de color negro.
Vi a los afros atrapados en un círculo
terrible de pobreza y analfabetismo, de discriminación racial y pérdida de su
identidad cultural. Vi afros Invisibles ante la ley y la autoridad y observé
pueblos casi fantasmas por la alta migración.
En la comunidad de El
Ciruelo conocí a Elena Ruiz Salinas, nieta de Artemio Ruiz, “uno de los últimos
negros que desembarcaron en el siglo 19 en Puerto Minizo”, en la costa chica de
Oaxaca. “Los negros ni siquiera estamos en los libros de historia”, me dijo a
manera de reproche.
Sentada en el patio
polvoriento de su casa ubicada sobre una calle llena de agujeros y agua de lodo,
envuelta en un blanquísimo vestido que contrastaba con el profundo color negro
de su piel, la nieta de Artemio Ruiz expresó su molestia porque los afros no
tienen su espacio en la historia.
En Corralero hablé con los señores Obdulio
Serrano Morales y Anastasio Colón Rodríguez y los dos, de unos 75 años,
admitieron que nadie sabe de dónde vinieron sus antepasados, “aunque por ahí
dicen que nuestra raíz está en África, pero sea de donde sea, no negamos el
color de la piel”.
La marginación está en todos los rincones de Corralero. En
uno de esos rincones encontré a Regina Reyes y su amiga Bernarda Salinas. Las
dos aprovecharon los resortes de un viejo colchón y lo habilitaron como un gran
asador de pescados, tirado sobre el piso de tierra.
Todas las tardes venden decenas de
pescados que asan durante la mayor parte del día, bajo el inclemente sol. “Esto
lo hacemos desde hace más de 20 años, no sabemos hacer otra cosa y así
sobrevivimos”, comentaron.
Con una población de 2 mil negros, en
Corralero conocí a don Wulfrano Serrano Domínguez, quien confesó que ya se
había cansado de pelear contra la tierra seca. En varios años sembró la milpa,
pero nunca cosechó el maíz. “Ya no siembro. Pa`qué, si nomás nos asoleamos”.
En Collantes conocí a doña Fidela Bernal
Noyola. Una mujer de admirable fortaleza física. No fue a la escuela. No
aprendió a leer ni a escribir y para sobrevivir en medio de su pobreza, cuando
no producía aceite de coco, acarreaba grava del río en época de secas o
desgranaba el maíz ajeno.
Las hijas de doña Fidela, Máxima y Juana solo
escudriñaban el horizonte como para conocer su futuro. Abandonaron la escuela
por falta de dinero. “Tal
vez nos vayamos al otro lado”, decían ante la mirada de su madre, quien raspaba
con el pie la tierra que de noche se convierte en cama.
Pedro Baños, director de la Casa de
Cultura en esa época, me dijo que a partir del año 2000 creció la migración por
la pobreza. Quedan como 5 mil descendientes
directos de afros y unos 15 mil hijos de mestizos con afros. La población negra
se extingue, advirtió.
Hablé con
el agente municipal de Tapextla, Higinio Guillermo Verónica Cruz. “La
gente se va porque aquí no hay trabajo, la milpa ya no se da y, pues, no hay
dinero”, justificó. Él mismo acababa de regresar de Carolina del Norte, donde
trabajó cinco años.
Han pasado ocho años de mi vista a las
comunidades afros, en ese entonces vi
que no tenían drenaje y tampoco fosas sépticas. Las casas de salud sin médicos
ni medicinas, sin agua potable y eso sí, con sus polvorientas calles y muchos
niños enfermos de bronquitis.
En ese
ambiente de invisibilidad y de discriminación, de pobreza y marginación, la
propia población afro comenzaba a negarse asimismo. Gladis Arellanes Herrera,
maestra de la telesecundaria de Llano Grande Tapextla, me contó cómo vivió la
discriminación.
“Al terminar la carrera de maestra, mi
mamá me dijo: Hija, ahora ya te puedes casar, pero por favor no te cases con un
negro, porque, imagínate, si eres negrita, ¿cómo serán tus hijos?”.
El pasado 19 de este mes, se celebró en
Collantes, por primera vez en la historia de los pueblos afros, El Día del
Pueblo Negro Afromestizo en Oaxaca. Hubo voces que condenaron la ausencia de
atención, pero todos vieron el gesto como una línea de acción contra la
invisibilidad.
Sirva este recuento de la memoria como un
reconocimiento a la larga lucha que realizan las comunidades afros para que
dejen de ser invisibles, que aparezcan en la historia de México, que cuenten
con sus sistemas de representación políticas y alcancen el desarrollo que
merecen.
(El texto
original que motivó este recuento de la memoria se publicó el seis de junio del
2005, en el diario El Universal)
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