Alberto López Morales
CIUDAD IXTEPEC,
Oax.-
En el albergue para migrantes “Hermanos en el Camino”, los pequeños Erwin
y Cinthia, de 12 y 10 años de edad, respectivamente, se mecen en los columpios,
después van a la resbaladilla donde se dejan caer desde arriba y luego se
desplazan, de mano en mano, por las escaleras de unos juegos infantiles donados
por el DIF/Oaxaca, instalados frente a los dormitorios destinados a la mujeres,
cerca del acceso sur que ya no funciona por razones de seguridad.
A una distancia
de cinco metros, sentado sobre un tronco, Erwin Natanael vigila con su mirada tierna
y melancólica cómo se divierten sus dos hijos que desde hace cinco días
permanecen en el albergue fundado por el sacerdote Alejandro Solalinde. “Para
ellos todo es diversión. Subirse al tren fue como juego. Ellos no saben de los
peligros de la vida. Ahí están, jugando”, dijo el salvadoreño que dejó su país
tras vender la cama, la cuna, el refrigerador y el vehículo que remató en 500
dólares y luego de que cerró su taller donde arreglaba radiadores porque,
añadió en un susurro lleno de miedo al tiempo que volteaba para todos lados con
temor a ser visto o escuchado, lo poco que ganaba no le alcanzaba para pagar la
renta, el agua, la luz y la cuota que le exigían las pandillas.
Guadalupe
Rodríguez, integrante del equipo que coordina la atención en el albergue
“Hermanos en el Camino”, reveló que están gestionando nuevos juegos infantiles
porque el cruce de niños y niñas, que viajan solos o al lado de sus padres o de
otro familiar, va en aumento. “Queremos que su estancia en el albergue sea
entretenida”, agregó al tiempo de que expresó su temor que en el próximo viaje
del tren traiga una oleada de menores de edad, porque el tren está parado en
Arriaga, Chiapas. No ha salido por un desperfecto de las vías, pero ya les
avisaron que en esa ciudad chiapaneca hay muchas mujeres, que huyen de la
violencia doméstica, que traen a sus hijos con la intención de cruzar la
frontera norte, donde el flujo migratorio de menores ya es conocido con el
nombre de “crisis humanitaria”.
En el área de
Pediatría del Hospital Civil de esta ciudad, convalece Richard, de tres años de
edad, originario de Honduras. Poco antes de las 16:00 horas del 28 de mayo,
Richard y su madre Emily cayeron de La Bestia. Desde entonces ambos están
separados. Ella en Oaxaca, donde le salvaron un brazo y el bebé en esta ciudad,
donde le amputaron el tobillo derecho. El caso de Richard, quien apenas recibió
la visita de su padre que estaba en Honduras, es parte de los peligros de la
vida que hablaba Erwin Natanael y es uno de los tantos rostros dolorosos de la
llamada “crisis humanitaria” que preocupa a los gobiernos de USA, de México y
de los países centroamericanos cuyos representantes se reunieron el viernes 20
en Guatemala.
Durante el
periodo de junio de 2013 a junio de este año, en el albergue “Hermanos en el
Camino” se registró el arribo masivo de menores centroamericanos: de 656
hondureños, 285 de El Salvador, 282 guatemaltecos, 39 mexicanos, ocho
nicaragüenses y uno de Ecuador. La mitad de esos niños llegaron solos, otra
parte dijo que venía con algún familiar y otros más confirmaron que viajaban
con sus madres o padres. La estadística nos dice que está aumentando el flujo
de menores que cruzan la frontera Sur para tratar de cruzar la frontera Norte,
reveló Guadalupe Rodríguez.
Como voluntarios
de ayuda humanitaria y defensores de los derechos de los migrantes, y de los
niños y niñas migrantes en especial, los coordinadores del albergue “Hermanos en
el Camino”, esperan el regreso del sacerdote Solalinde, de la Ciudad de México,
donde analiza con los representantes diplomáticos de los países del área de
Centro América qué políticas pueden ayudar a frenar el flujo masivo de menores que
en su paso hacia la frontera Norte son víctimas de abusos, al margen de las
condiciones en que viajan agobiados por la deshidratación por la mala
alimentación y el viaje extenuante sobre el lomo y en las entrañas de La
Bestia.
Los menores de
edad, que después de la guerra civil que se vivió en El Salvador y
Nicaragua cruzaban la frontera sur y
norte para reunirse con sus padres, ahora abandonan sus países por dos razones,
explicó Guadalupe Rodríguez: Huyen de la violencia de los pandilleros que
tratan de reclutarlos desde los nueve años de edad, van por ellos a la salida
de las escuelas y porque muchas madres de familia escapan de la violencia que
se genera en sus hogares.
Mientras tanto,
ajenos y distantes de que son parte de la llamada “crisis humanitaria”, los
hermanos Erwin y Cinthia siguen con la diversión con la pequeña Valeria, de
unos cuatro años de edad, en los columpios, resbaladillas y escaleras de los
juegos que se instalaron apenas hace 20 días en el albergue. Brincan, corren y
dan volteretas mientras Erwin Natanael, los observa en una mezcla de ternura y
de nostalgia por lo que dejó atrás. “A mi país ya no vuelvo. Seguiré adelante
por el bien de mis hijos y si no puedo seguir, me quedaré en México como
refugiado”, confesó.
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