Alberto López Morales
Oaxaca sangra por
sus heridas ancestrales. Nadie de sus actores políticos muestra el mínimo
interés en cerrarlas. Al contrario, cada día la sangre se mezcla con el dolor,
la rabia y la impotencia. Paradójicamente la exacerbación ocurre en un gobierno
alterno al PRI, que ofreció paz y progreso.
En los tres años
del gobierno del cambio, a Oaxaca no le ha llegado la paz que le prometieron.
La espiral de violencia, provocada por conflictos imaginables y por lo mismo
evitables, viene de lejos. Es una herencia del pasado, un pasado que alcanzó a
Gabino Cué y a los oaxaqueños.
Oaxaca es una
entidad saqueada. El signo del saqueo ha sido la impunidad que alienta además
los bloqueos de carreteras, tomas de oficinas, retención de funcionarios,
homicidios políticos, vandalismo en las marchas, feminicidios y el desapego a
la legalidad.
La clase política
oaxaqueña que vivió una de sus grandes crisis institucionales hace 37 años, con
la caída de Manuel Zárate Aquino, resquebrajó su unidad. No fue capaz de
guardar los equilibrios y tampoco tuvo la fuerza para contener el surgimiento
de cacicazgos regionales.
Hoy, los
exponentes de la clase política del pasado y la que surgió bajo el manto protector
de los gobiernos priístas a partir de Heladio Ramírez López, excluidos de los
privilegios del poder terminaron por colonizar a las nuevas formaciones
políticas, pero hirieron a Oaxaca.
Cué Monteagudo y
parte de su gabinete se formaron en la vieja escuela priísta. Por la falta de
equilibrios, protagonizaron alianzas impensables para vencer al PRI de Ulises
Ruiz. El resto del gabinete refleja el pago de cuotas. Ganaron la gubernatura,
pero no tienen el poder.
El verdadero
poder político de Oaxaca está diseminado en los cacicazgos regionales y son de
todos los colores, está distribuido en los grupos políticos controlados por los
ex gobernadores y goza de cabal salud en las formaciones políticas emergentes.
Oaxaca es la Babel política.
Oaxaca sangra por
sus heridas porque a nadie de la clase política le interesa el presente o el
futuro de los oaxaqueños. Importa el poder político y económico. Más de 81 mil
millones de pesos en presupuesto son razones suficientes para que dejen a
Oaxaca en su sangrante agonía.
A la mitad del periodo constitucional de Cué
y con miras a la sucesión venidera, en Oaxaca ya se tejen nuevas e impensables
alianzas para ganar la gubernatura, aunque como ahora, no tengan el poder. Y en
la construcción de esas alianzas, a nadie le importa incendiar la entidad.
Oaxaca, querida
por propios y extraños, está herida. Agoniza, pero no la dejarán morir. Es la
gallina de los huevos de oro para la clase política que abusa al amparo de la
impunidad. La alternancia llegó, pero la transición se estancó.
Oaxaca arde. Es
noticia nacional, es tendencia en las redes sociales, es la percepción
ciudadana. En Oaxaca las mujeres paren en los patios de hospitales, los
normalistas con capuchas roban tiendas, se asesina a opositores y los políticos
se enriquecen. Pero aquí ¡no pasa nada!
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