Alberto López Morales
SAN ANTONIO, CHIMALAPAS, Oax.- Mientras mira hacia los pinos que apenas se distinguen entre la neblina y se frota las manos para sacudirse del frío que produce la llovizna con viento conocida aquí como “agua norte”, don Juan confiesa que lo que más le duele a los chimalapas no es la pobreza, “sino el olvido”.
¿El olvido de quién?, se le pregunta. De todos, responde sin vacilación, sentado de cuclillas junto a unos ardientes trozos de leños secos que echan humo al convertirse poco a poco en ceniza, a un costado del camino que va al ejido chiapaneco Gustavo Díaz Ordaz y que está bloqueado con cadenas y camionetas desde el jueves 20 de octubre.
“Lo que más nos duele es el olvido”, reitera a su lado el líder de los comuneros zoques, Alberto Cruz Gutiérrez, envuelto en una gruesa chamarra color café. “Por el olvido de los gobiernos, los chimalapas enfrentamos la invasión de nuestras selvas y por el olvido el conflicto agrario con Chiapas tienen más de 40 años”, refiere con un gesto de enfado y fastidio.
El reloj marca las 14:30 horas del sábado, pero la neblina y los nubarrones negros simulan un horario tardío. Los zoques procedentes de San Miguel Chimalapa bajan prestos de las redilas, se sacuden el polvo de sus chamarras y cuidan con celo sus machetes. De Inmediato doña María les da la bienvenida y comienza la reunión.
Treinta minutos después el acuerdo es unánime y rubricado ruidosamente con vivas y aplausos: Por el olvido en que nos tienen los gobiernos, vamos a ir, en paz, al ejido chiapaneco Gustavo Díaz Ordaz, vamos a invitar a los campesinos para que dialoguemos directamente, exclama Álvaro Román, del consejo de vigilancia comunal.
Antes de que los chimalapas suban de nueva cuenta a sus camionetas redilas, unos 30 soldados, encargados de evitar enfrentamientos en la zona del conflicto desde el sábado 22 de octubre, abordan cuatro vehículos tipo Hummer y enfilan hacia la polvorienta terracería que conduce a Gustavo Díaz Ordaz. La tensión crece y se observa en los gestos endurecidos de todos.
En el centro del poblado Gustavo Díaz Ordaz, los policías chiapanecos se refugian en la comandancia, a los lejos, desde las ventanas de las viviendas de madera y techo de lámina asoman los rostros de niños que muestran en sus ojos la expresión del miedo, a unos 100 metros mujeres y hombres chiapanecos se repliegan, mientras los chimalapas instalan sobre una camioneta un aparato de sonido que funciona con una bomba de gasolina y que despliega la voz de Alberto Cruz.
“Entre hermanos indígenas zoques y tzotziles no debemos pelearnos. Estamos confrontados porque así conviene a los intereses políticos de los gobiernos de Oaxaca, Chiapas y de México y a los intereses económicos de los talamontes. Venimos a invitarlos a dialogar y a escuchar la propuesta que tenemos por mandato de la asamblea comunal del 20 de septiembre”, dice a manera de preámbulo en medio de la tensión.
La propuesta es simple: Los chimalapas reconocerán como comuneros, con plenos derechos, a los chiapanecos que reconozcan que están asentados en las tierras comunales de los zoques. El plazo vence en diciembre. De lo contrario, los chimalapas asumirán otras acciones en el que no descartan el desalojo.
Media hora después, los chimalapas regresan a San Antonio. Solo en ese momento las facciones endurecidas del capitán de caballería Sixto Román, el responsable de la guarnición militar, se suavizan. La tensión cede a la algarabía, pero el conflicto agrario y el encono ya dejaron huellas: De regreso a San Antonio, uno 10 niños, menores de 10 años, reciben a la caravana de hombres y mujeres con disparos simulados, trasformando sus pequeñas manos en armas de fuego. La palma extendida, tres dedos hacia atrás, el índice por delante, el pulgar hacia arriba y el onomatopéyico ¡pum!, ¡pum!, sale de sus labios.
El olvido gubernamental, duele más que la pobreza y la marginación, resume Enoc Matus, el director de la primaria donde no hay clases por el conflicto. “La gente no tiene para comer y sobrevive en el bloqueo comiendo malanga. El olvido lastima a nuestra gente”, dice con la voz que apaga el viento frío que desciende con fuerza de las montañas cubiertas de neblina y pinos.
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