Alberto López Morales
JUCHITÁN, Oax.- Miguel
y Flavio son hombres duros curtidos por el sol y el viento, pero se les quiebra
la voz ante el recuerdo de sus respectivos nietos que viven en California y
Pensilvania. “¿Qué pasará con ellos si deportan a sus padres?”, preguntaron en
medio de la incertidumbre que ensombrece la vida de los pobladores de San
Dionisio del Mar.
Los tres hijos de
Miguel Ramos Gutiérrez, Cecilio, Dioscelis y Arely se fueron hace ocho años a
Estados Unidos. Desde entonces trabajan en un vivero de Oxnard, California.
Están sin papeles. Dioscelis tiene dos hijos con ella que cursan el nivel
básico, uno tiene ocho años y la niña cinco años de edad.
“Por la noche del
sábado, mi hijo Cecilio, el mayor, habló con su hermano Roni, quien hace dos
años fue regresado por la migra. Le dijo que todos están bien, pero la mera
verdad yo no duermo todas las noches desde que ese Trump anunció que va a
correr a los mexicanos de Estados Unidos. Me preocupa el futuro de mis dos
nietos”, exclamó.
Una sonrisa surge
en el rostro de don Miguel, ante el recuerdo de sus dos nietos. “Ya vinieron a
conocerme el año pasado”, confesó. Entre los dientes aprieta una rama de palma
curtida por el sol. Ahora él se dedica a la siembra del maíz y al corte y recolección
de leña que vende entre sus vecinos y por las tardes teje la palma hasta darle
forma de una cinta de seis metros de largo.
En San Dionisio
del Mar, un municipio de indígenas ikoots distante a unos 300 kilómetros al
sureste de la capital oaxaqueña, la migración hacia Norteamérica comenzó a
mediados de la década de los 90. No hay un censo de cuántos migrantes hay en
California, Carolina del Norte, Pensilvania, Oklahoma y Texas. Aquí, la gente
calcula que son como 600 personas.
La mayoría de los
hombres de este poblado de seis mil indígenas ikoots, se dedican a la pesca que
año con año languidece. La producción de escamas y camarones disminuye. Otros
siembran maíz y cortan leña y una buena parte de hombres, mujeres y niños tejen
la palma que es la divisa del mercado doméstico: una cinta, equivale a seis
pesos y se trueca por un café de 200 gramos.
A dos cuadras del
barrio conocido como Nikam Lam, que
traducido de la lengua ikoot al español significa “al otro lado del río”, está
la miscelánea “La Pequeñita”, donde la señora Emedelis Díaz acepta el trueque
de cintas por café, huevos, tomates, aceites y azúcar. Emedelis Díaz, es
ingeniera en industria alimentaria. No tiene empleo, pero cuida su modesto
negocio.
No lejos de ahí, está
la casa de don Flavio Rojas, un hombre mayor a los 50 años de edad que durante
13 años laboró en el área de ordeña de vacas en un rancho de Pensilvania. Regresó
hace dos años de Estados Unidos de Norteamérica, pero allá se quedaron sus
hijos Luis Alberto, María Guadalupe y Tomás. Todos están en calidad de
indocumentados.
“Todos se casaron
aquí en San Dionisio y se regresaron a Estados Unidos con toda su familia. Allá
nacieron los tres hijos de Lupe, los dos de Luis y uno de Tomás. Tengo allá
seis nietos, el mayor tiene 13 años y sufro mucho por ellos. “¿Qué pasará con
ellos si ese señor Trump los deporta a México? Ellos, mis hijos ya están
grandes. Salieron de aquí cuando tenían 17 años, llevan más de 13 allá, acá ya
construyeron sus casas, pero mis nietos están pequeños, están estudiando. ¿Los
van a separar?”, preguntó con toda la angustia que genera la incertidumbre.
“Si los regresan
a todos ¿qué pasará en el pueblo? ¿Ya vieron cuántas casas nuevas se están
construyendo? Nuestros paisanos están trabajando allá en los Estados Unidos y
mandan cada quincena el dinero para que los paisanos de aquí trabajen como
albañiles y peones en la construcción de
esas casas nuevas. Si los regresan, ya no habrá ni dinero ni chamba para nadie”,
explicó preocupado don Flavio.
La preocupación
de Miguel y Flavio es compartida por doña Rosa Inés Estudillo Ramírez. Su
esposo Rubén Celaya Díaz lleva ocho años trabajando en la ordeña de vacas en un
rancho de Pensilvania. No tiene papeles. Está como indocumentado. “Hoy me habló
y me dijo que todos despiertan con cualquier ruido. Creen que la migra va por
ellos desde que Trump dijo que los sacará de Estados Unidos.”
“Sí, también estoy
preocupada, porque mi esposo me manda el dinero. Con ese dinero ayudamos a mi
hija mayor a terminar su carrera como especialista en intervención educativa.
Ya trabaja, pero tengo otra hija que todavía estudia y tengo a mi hijo que tiene
problemas de comunicación, pero a la vez, estaré feliz si mi esposo regresa a casa”,
señaló Rosa Inés.
Ella atiende el
hogar cuya construcción va ampliando con el dinero que le envía su esposo.
Muy cerca de ahí,
decenas de nuevas viviendas de dos plantas con grandes ventanales y enormes
patios que esperan convertirse en amplios jardines, se abren paso frente a
jacales de palma, chozas desvencijadas y hornos de adobe que se caen ante el
abandono. Es el famoso barrio Nikam Lam
que al igual que el barrio Buenos Aires presume viviendas “tipo gringo”, como dicen en San Dionisio del Mar.