Alberto López Morales
Solo fueron 30 segundos,
pero la escena fue suficiente para recordarnos que la política mexicana construye
muchas veces su propia religiosidad desde esa curiosa mezcla de convicción y
creencia, donde todos van tras la búsqueda de la inexistente túnica, el
contacto abstracto, la sonrisa y la mirada que otorgan la salvación.
El candidato
concluye el discurso que gigantescos altavoces diseminan a lo lejos, truenan en
el cielo los cohetes, la batucada arrecia sus tambores y el grupo musical
prende el ambiente. El candidato baja del sólido templete cubierto de pequeños
trozos de papeles multicolores y su paso todos se enfrascan en la batalla en busca
de la gracia.
Da la impresión
que para unos es el líder, para otros el guía. El candidato se abre paso con
dificultad. Parece que es el faro que ilumina el trayecto seguro hacia el
puerto. Los gritos de la multitud no cesan, arrecian y compiten con la
estridente música. El candidato saluda de manos, recibe abrazos, tiene la ropa
empapada de sudor… se deja querer.
La multitud baila,
salta, aplaude y grita. Cada quién, según su fe, su creencia, su convicción
alcanzó la gracia. Sabe o siente que de regreso a su realidad, tercamente
jodida, lleva en lo profundo de sí misma, la sonrisa de su salvación.
Fueron solo 30
segundos, pero la escena fue suficiente para decirnos que el comportamiento de
la multitud es similar ante el guía. Se vivió en la tarde del cierre de la
campaña electoral de Samuel Gurrión, aspirante priísta a la diputación federal
por Juchitán.
Escasos 30
segundos que también se vivieron con Andrés Manuel López Obrador, frente al
palacio. Se repitió con Enrique Peña Nieto, en el deportivo Binizá. Con
Benjamín Robles Montoya, candidato izquierdista para el Senado, en el salón con
ateniense nombre de Acrópolis, con el ex gobernador priísta Diódoro Carrasco
Altamirano, convertido al panismo ahora, al aire libre en el cruce de dos
céntricas calles juchitecas y con Eviel Pérez Magaña, candidato priísta al
Senado
Las campañas
llegaron a su fin, y en el camino dejaron gorras, playeras, llaveros, cornetas,
destapadores, carteles con rostros embellecidos con la magia del photoshop,
pendones, termos, vasos, despensas, cemento, condones, discursos, gacetillas,
trípticos, encendedores, mandiles y toda clase de objetos que uno pueda
imaginarse, pero no solo eso.
Las campañas
llegaron a su fin, pero dejaron también la preocupación de que el país aún ve a
sus candidatos y futuros gobernantes y legisladores como los que otorgan la
gracia y la salvación. Como el México de los caudillos, que en la postrimería
de la Revolución Mexicana resolvían sus diferencias a punta de balazos.
¿Por qué la
multitud que disputa la gracia del líder/guía/faro y casi omnipotente no se
atreve a mirar al futuro gobernante o legislador como uno más que destacó de
sus entrañas? Sí, la carga del presidencialismo y la herencia del caudillo
siguen vigentes con el aderezo de la precariedad. ¿Hasta cuándo?
Fugaces 30
segundos que en la línea del tiempo son siglos de historia que los mexicanos no
quieren o no pueden romper y que los iluminados tampoco desean desperdiciar.
tecoloma@yahoo.com.mx
@alberticolopez
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